jueves, 30 de agosto de 2012

Nada agudiza tanto la mirada como lo irreal...

Escenografía es una palabra compuesta por dos términos que el transcurso del tiempo mantiene unidos a pura prepotencia y que apunta a definir la concepción del espacio de acción como gráfica de escena, en el deseo de que esa afirmación sea capaz de simplificarlo en meramente ilustrativo.
En nuestra época, gráfica y escena tienen poco en común, salvo cuando eso se refiere a la escritura o a la imprenta con la que se publicita una obra o un espectáculo.
En los últimos cuarenta años, la gráfica, un elemento netamente estático ha dejado de tener que ver directamente con la escena.
Hasta hace cuatro décadas era difícil pensar que la tecnología electrónica podría encontrarse y  ser absolutamente natural hasta en el supermercado de la esquina.
Cualquiera de nosostros voluntaria o involuntariamente, conciente e inconcientemente absorve miles de imágenes mediáticas a diario que hacen que hoy, ilustrar o reproducir arquitecturas u objetos imitando materiales a través de la pintura, insistir con la cartapesta o poner un marco solo para indicar una puerta, nos impidan la emoción y el contacto con la obra más allá del pasatiempo, porque salvo que se trate de un realismo cinematográfico o una única propuesta, nuestra  imágen del mundo es otra.
En la actualidad un "campo de juego" para una acción requiere que aquellos que concebirán ese campo, sepan crear y relatarnos el mundo en que la historia tendrá lugar, pero también el límite entre escena y mundo, sin falsas ilusiones o esperanzas, lejos del espectáculo ilusionista de un programa  televisivo.
Se trata además de una acción en vivo, para el que todo espacio es válido. Una idea siempre tiene una mejor forma de ser contada sea en un espacio a la italiana, circular o no convencional, el sitio en el que transcurre la acción a pesar de los mitos, no tiene ninguna relación ni con su contemporaneidad, ni con su carácter experimental. El arte es siempre experimental ocurra donde ocurra y la conmtemporaneidad no la dan ni un telón ni una fábrica o lo que sea, sino el tema y el suceso. 
Nuestro entorno diario no tiene maquillajes ni procesamiento y ese lenguaje estético es justamente en el que nuestras emociones excursionan e incursionan.
La trama habla por sí sola y hablarle encima y al mismo tiempo, sólo la confunde y silencia.
En principio, un espacio, sea el que sea, siempre está vacío.
Probablemente, el por qué muchos creadores de espacios escénicos y directores de escena siguen creyendo que el lugar de la acción debe estar atestado de objetos, utilería o propuestas y deba modificarse cada media hora, cambiando elementos de lugar, haciéndolos aparecer o desaparecer, proyectándoles encima, arriba o al costado, o iluminándolos de tantos colores como sea posible, no sea nada más que un malentendido.
Este exceso visto generalmente en los teatros subvencionados es el otro extremo pero idéntico al que ofrece el minimalismo obligado por falta de medios de los grupos independientes, en el que el criterio suele ser lo que se necesita pero que ignora la creación de un mundo posible para la obra. 
Una mesa vacía sobre la que únicamente hay un huevo duro, primero que nada es una naturaleza muerta y no de inmediato simplemente lo que se necesita, una abstracción, un símbolo o una manifestación informal y mínima. Una mesa de ping-pong sobre la que descansa una paleta, se trata de algo muy concreto en una estrecha relación entre objeto y soporte para la que no se requiere nada más que eso.
Un espacio escénico recién se va a poblar con aquello que ocurrirá en él y cuanto más vacío esté,  mucho mejor puede uno concentrarse en aquello que hace quien accione. Como espectador, tener que empezar a buscar imágenes casi arqueológicamente de entre objetos, proyecciones, muebles y hasta simbolismos requiere de un esfuerzo que sólo agobia y desorienta. La precisión de objetos plazados en el espacio permite generar las energías más extremas y  respetar el impulso del actor.
En una sociedad absolutamente mediática como la nuestra,  que guarda imágenes de prácticamente toda la historia de la humanidad en su memoria porque a través de la pantalla ha podido ver y escuchar dinosaurios, guerras, civilizaciones extinguidas y hasta tiene en su recuerdo visual la superficie de otros planetas, ni siquiera pueden provocar ternura los efectos escénicos de niebla.
Cuando algo se cuenta en demasía, deja de estar presente.
En una puesta en escena o en una acción, aquello que se cuenta no depende en lo más mínimo de cuánto se cuenta en espacio, gesto y movimiento sino de cómo se cuenta, es decir, del lenguaje estético y escénico a través de los cuales se relata.
El espectador se distrae indefectiblemente si alguien desde el escenario le habla sin pausa o aturde a mensajes y símbolos. 
Actualizando la frase de Alfred Hitchcock, hoy se puede decir que si uno tiene un mensaje para mandar lo mejor es que use el mail o envíe un SMS.
"Hamlet"
 

Muchos sostienen la risueña idea de que el espacio escénico es el lugar donde se fusionan todas las disciplinas del arte ignorando así su lenguaje propio.
Tal vez sea este el punto desde donde crecen todos los malentendidos, porque claro, si uno se esmera en demostrar esa fusión, la acción y los actores terminan sobrando.
En realidad, sólo es posible establecer una analogía con la pintura, en el sentido de que lejos de realismos o abstracciones, en esencia se trata de crear un profundo efecto emocional sobre una superficie imaginaria, a veces enmarcada.
La imágen es superficie, igual que una hoja de papel sobre la que existen y se desplazan letras, notas y dibujos que crean espacios, invisibles los más y convocan al espectador a dar una mirada en el espejo.
La frontera entre la escena y el espectador, está delimitada por el transcurso del tiempo, no por la arquitectura. De esta manera, la acción es la única capaz de transitar, traspasar y derrumbar esa frontera. Este fenómeno, es decir, el espacio escénico como superficie que nos espeja, es el que posibilita sacar a la luz el espacio del pensamiento, el del espectador, claro.


lunes, 27 de agosto de 2012

La pose. Qué onda?

"En París, donde viví de 1940 a 1953, estaba muy aislado, pues iba a contracorriente, pero nunca sentí esa soledad de forma negativa. Sin lugar a dudas, todo el mundo o casi, me odiaba, pero me era indiferente. Esa indiferencia, por otro lado, me ha salvado y ha salvado mi pintura del peligroso capricho de la moda. Pintar era lo único que contaba para mí. El resto me daba igual."
Balthus (1908  - 2001)
 
 
 
"American Prayer", Gottfried Helnwein, 2000
                             

 




Cuál es el fin que sostienen quienes repiten mecánica y superficialmente lo que ya hicieron o hacen otros?
Evitar el riesgo de crear, anular las diferencias que surgen de las particularidades para unificarlas en el mundo del facilismo estéril, caminando un trayecto vacío que conduce a un  fruto hueco. 
Crear siempre es riesgoso, porque  no anticipa certezas ni adelanta garantías.
Nos han llamado la atención los muchos que están empecinados en ser artistas y desarrollan un despliegue energético que dejaría hemiplégico a un corredor de maratón, abarcando desconcentrada y caprichosamente múltiples direcciones estéticas y temáticas, la mayoría antagónicas unas con otras, pero ordenadas esmeradamente en un popurrí a veces con habilidad manual o cibernética, pero con el mismo contenido dramático e idéntica poesía visual que una camiseta chivada. Búsqueda cero.
La característica esencial del artista es tener, y atreverse claro, a una mirada siempre personal, propia. Nada nuevo se gesta sin afrontar ese vértigo, sin traspasar la cáscara y las formas probadas, aceptadas, ya deglutidas y digeridas. Nada nuevo  sucede si se siguen los modos, las poses, los gestos y los métodos de los otros, salvo, un refrito con aceite rancio.
Lo que en el arte está predeterminado de antemano, sólo puede confrontarse y cuestionarse en nuevos territorios a descubrir para vislumbrar continuamente nuevos horizontes.
Cuán honesta resulta la obra de alguien que pinta un perrito como Suárez, hace una instalación como Pérez o fotografía como Rodríguez?...Cuál es el sentido de importar propuestas, manoteándolas sin más del contexto y cultura del que surgieron, haciéndoles perder así todo contenido y fuerza originales?
Buscar la aprobación es un camino redituable tanto para el ego como para el bolsillo si uno respeta unas pocas reglas, pero no recomendable si lo que se quiere es hacer arte.
La aprobación y el reconocimiento no son valores en sí. No significan  nada si no hay nada para reconocer.
Un tiempo ha transcurrido desde el inicio de la TAE. Nos hemos encontrado con artistas en formación, en sus inicios, con trayectoria, con obras, con propuestas e intensiones interesantes, pero también con formas de artistas, con obras sin forma, ni propuesta ni intensión, que sólo buscan adulación o un lugarctio en el podio de la tendencia de moda,  retro o vintage de arte que se consigue en cualquier barata.
Impacta ver la poca profundidad o  la estrecha superficialidad, no importa qué, ni cómo ni para qué, las opciones son en el mejor de los casos ejercicios de textura, color, equilibrio y demases postulados de academia. La vanalidad es celebrada, festejada y admirada.
Hacerse ver ¿sólo de eso se trata?
Es enorme la cantidad de exposiciones de artistas jóvenes que se miran al espejo y el ombligo, donde repiten y repiten lo que ya es repetido. Las proliferación de casas de arte surgidas en la ciudad son una buena noticia, pero lo mejor que ofrece la mayoría de ellas son unas pizzas para matar el hambre y el aburrimiento.
La imagen de las ferias de venta de ropa usada montadas en algunas de ellas, es la síntesis de este vacío creativo, un rejunte de prendas feas a las que no se les agrega nada, a las que no se modifica ni interviene y sólo se las vende tal cual fueron concebidas y usadas.
Pura pereza y pura pose.
A esta altura, escoger la facilidad de la fealdad y del kitsch como escudo creativo, sólo da como resultado una obra invariablemente fea y kitsch, hoy rebautizado en trash, muy simple de identificar  ya que el kitsch o el trash se vanagloria de una artificiosidad que finalizando el 2012 ha perdido toda la fuerza y la espontaneidad emocional de los 60s, la crítica de  los 70s, el antagonismo provocador de los 80s y la aburrida obstinación mediática de los 90s, y que ahora, sólo ha mutado en un eufemismo patético de falsedad calculadora, atrasada y escapista.
En fin...aceptamos engreídos entonces, que con unos 30 años de demora, las modas pasadas de Asia, USA y Europa hoy palpitan en La Plata?...
La estrategia planificada del menor esfuerzo creativo y del resultado instantáneo es sólo mezquindad decadente de la mirada burguesa, de su cotillón para una fiesta de disfraces en el que los verbos ser, estar, parecer y semejar no sólo son irregulares sino que los dos primeros declinaron su significado para erigir a los segundos en lo más elevado del mundillo del arte.
Qué es el arte? Desde Duchamp, potencialmente todo. Quién hace arte? Desde Beuys, potencialmente todos. Dónde está el arte? Desde las conexiones inalámbricas, potencialmente en todos lados.
Sólo quedaría preguntarse si el arte como forma de vida, generador de pensamientos e ideas y disparador de estímulos está absolutamente agotado o si cabe la posibilidad de hacer el esfuerzo de repensarlo todo.
Se habla frecuentemente de desempolvar al arte, bueno, si el arte a desempolvar se trata de esta tendencia generalizada que observamos como arte contemporáneo, que ha perdido contacto con el presente y permanentemente intenta enseñarnos lo que significa la contemporaneidad a fuerza de imágenes gastadas por el uso, decididamente limpiemos el polvo con más palas de tierra!  
Desafortunadamente, el arte digital tampoco se queda atrás en esta bizarría incierta que circula, en donde hay más oportunismo que creatividad, técnica y estéticamente torpe, asentada en la decoración y en una atmósfera retrofuturista estancada. Entonces, no desempolvemos a esta corriente de arte contemporáneo envejecido, con más tierra podemos  sepultarlo para siempre.
El arte no es una destreza técnica o manual, con modas o con pertenencias. El arte es una idea; son las imágenes o representaciones que guardamos en nuestra memoria de aquello que hemos observado, vivido e imaginado y que solo requiere del ingenio para disponerlas, describirlas, inventarlas y trazarlas.
Cuál es en estos casos la idea?...O de quién?
En el siglo XXI, donde todo, desde las ciudades a los medios son espectáculo que excede sus propios límites, tampoco se trata de cuánta técnica y fantasía puede verse en una obra, ni siquiera de cuánta fantasía o creatividad puede tener un determinado artista. Si considerásemos válida esta condición, el arte estaría en el mismo punto en el que hoy se encuentra la televisión.
Se trata simplemente de experimentar si realmente la obra de un artista es capaz de abrir espacios posibles en el observador u oyente, permitiendo que éste desarrolle y desenrrolle su propia percepción para que pueda construir su propio puente hacia la realidad y para que su imagen del mundo no necesite dilucidar, pertenecer o adherir a las ideas e imágenes del otro. Un arte que no nos eduque o intimide, que no nos traiga mensajes o conclusiones y que por sobre todas la cosas, no nos masifique en su pretendida obsesión en vendernos algo, que encima, ya compramos.