La reja que te habita
Quizás sea extemporáneo expresarse sobre un tema
resuelto, del que recién ahora vemos emerger el cuerpo de aquello gestado hace
unos años atrás.
Las rejas que empiezan a levantarse en la fachada del
Teatro Argentino de La Plata son un hecho. El inicio de la decisión fue hace
mucho tiempo y siguió su curso sin que advirtiéramos sus alcances. Podríamos
rastrearla en la propuesta arquitectónica implantada a fin de siglo pasado que
desconoce la realidad local y que con su estética de imposición prepotente nos
afirma en su brutalismo.
El tema de una sociedad proclive al enrejado excede la discusión que
se pone sobre la mesa en estas esquinas, pero prefigura un escenario en el que
las ciudades fueron cediendo espacios libres y públicos y establecieron límites
y recorridos, algo que se inscribe en el signo de los tiempos: el de las zonas
protegidas y los barrios cerrados.
Lo público, lo privado y lo intrapúblico e
intraprivado compiten en un juego de intereses del que las rejas son, en este
caso, sólo la punta del iceberg. Síntoma de estos tiempos, las rejas se
presentan como el modo más efectivo de resolver y clausurar un problema, al
tiempo que abre el debate sobre los discursos de inclusión e igualdad cultural
que un teatro debe promover. No sólo el espacio está en tensión y resolver el
asunto ya no es cuestión de un recital de apoyo, recolectar firmas o hacer
cadenas de abrazos.
Hace cinco años, cuando creamos y pusimos en
funcionamiento la TAE, el patio de 9 y 51 era un espacio sin uso específico
como lo es también el de la esquina en la calle 10, ámbitos abandonados,
inhóspitos, helados en invierno y calcinantes en verano con la calidez del
cemento, además de depósitos de basura y
excrementos que, en nuestro caso, fuimos transformando en un lugar para
compartir experiencias artísticas y culturales. Los avances y retrocesos que la
disputa por el espacio público genera entre los que conviven en ese espacio
tomó forma y convocamos artistas a pintar murales, replantamos los canteros e
instalamos carteles, bicicleteros, mesas y bancos para uso público que los
alumnos de la TAE diseñaron, realizaron y montaron. Convocamos a los jóvenes
que se encuentran a diario en esa esquina a participar de nuestros cursos y
eventos, les hicimos propuestas precisas que tuvieron el mismo resultado que
encender un fósforo, pero insistimos, y proyectamos cine al aire libre, hicimos
recitales, intervenciones y varias fiestas, no pocas veces nos llovieron
botellas de cervezas que terminaron con cortes y heridos leves. El cine
nocturno, los conciertos y las fiestas se hicieron cada vez más esporádicas.
Retrocedimos más de una vez.
No fue posible, nada más que eso.
Sólo que en el espacio perdido se presenta la
incapacidad de convivencia, se muestra una fractura de derrota en la batalla
cultural.
Retomamos cada año con el costo, también económico, de
volver a empezar. Muchos participamos de estos intentos de hacer uso público
del espacio público; tanto docentes, trabajadores del teatro, jóvenes, pibes y
pibas de la tae como algunos chicxs que simplemente vienen a curtir su onda al
patio. Limpiamos juntos ventanales y lo desinfectamos varias veces ya que se lo
usa como baño público al aire libre. Lo recuperamos en lo que podemos, aunque
ya perdimos las plantas que habíamos
cultivado en los canteros, los carteles, cuatro bancos y dos mesas de hierro.
Todos los murales, desde el inaugural sobre la música que hizo moltogrosso y
que podía verse desde la calle (ver foto inicial), hasta los de otros artistas locales, todos fueron
destrozados.
También hemos tenido muy buenos encuentros en ese
patio. Eso fue posible.
Quienes escribimos esta publicación desconocemos, ya
que no somos sociólogos ni antropólogos,
el motivo por el cual las bandas de esta ciudad se citan en las puertas y
esquinas del Teatro Argentino para destruirlo. Conocemos experiencias en el
mundo de violencia institucional contra establecimientos de fuerzas de
seguridad, de justicia o de otra índole, pero no tenemos registro de la
elección como espacio de manifestación de violencia directa a un teatro o un
centro de arte. No sabemos el resultado de qué o de cuál problema social
expresa esta actitud local, pero es una experiencia tristemente única y que
para ser precisos, tampoco empezó hoy. Los archivos y la historia ayudarán a
analizar las heridas expuestas una vez más en este perímetro cultural y
artístico.
Las rejas en el espacio público son un hecho que nos
permite ver del otro lado, pero sin acceder. Es la puesta
en acto de la expulsión, temporal, del uso de ese espacio disputado.
Así llegamos. Nos encontramos hoy ante un caso en
donde la representación se trasladó del escenario a las veredas. Y he aquí el punto más importante de la cuestión. Es
por eso que desde la TAE auspiciamos que trabajadores y la comunidad toda,
debatamos con mayor fervor las rejas que imponen las propuestas artísticas
culturales que expresamos todos los espacios públicos, ya que creemos que esos
debates son los que harán que la próxima generación de vecinos sean capaces de
identificar los enrejados que imposibiltan la convivencia en un espacio común.
La batalla cultural está en los escenarios y en las escuelas, si creyésemos que la tan mentada batalla fuese científica, no hubiésemos creado la TAE sino un laboratorio.
Claudia Billourou y Leandro Torres - directores de la TAE