martes, 16 de octubre de 2012
Veo, veo...
"AUTORRETRATO"(óleo sobre tela)
artista plástico chileno Francisco Sierra
Y al principio fue la imagen y no el verbo...
Lo sabe cualquiera, primero el hombre vé y recién luego de eso comienza a hablar y a nombrar aquello que vé.
Necesitamos de la imagen y necesitamos posicionarnos en ella para poder entender.
Obviamente, resulta infantil creer que el arte puede cambiar al mundo, pero sí seriamente, está claro
que puede cambiar o enriquecer el pensamiento de algunas personas.
Obviamente, tampoco el arte lo es todo y es posible una vida sin arte, y no por eso se trata de una vida aburrida o vacía.
A diario vemos en carteles, pantallas, plasmas y pantallitas y eso ha colaborado a enmarcarnos el mirar y la estética. Claro está que lo que más nos condiciona es siempre la educación.
La vida cotidiana es la imagen y la imagen es todos los días, pero...veo, veo...qué ves, cuando todo te induce a mirar de una determinada manera a través de imágenes que venden, anuncian o están asignadas a un determinado propósito como en los periódicos?. Imágenes automatizadas, a las que por reflejo educativo y asociativo, les otorgamos una lectura que nos va encegueciendo y anesteciando toda pluralidad del mirar. Hasta las imágenes del pasado han sido ya formateadas por las formas de comunicación actuales.Recordamos mayoritariamente desde el hoy. Si pensamos en nuestra infancia, sólo con esfuerzo podríamos evocar situaciones en las que las personas tienen la ropa adecuada, los colores de moda o el mobiliario o la gráfica del momento.
Volvamos entonces al inicio de esta entrada: primero el hombre vé y luego habla y si buscamos en la etimología de las palabras, esta afirmación es una irrefutable certeza.
La educación en arte y la educación del artista no tienen ninguna relación con los conocimientos sobre historia del arte, técnicas, estilos, texturas, equilibrio y otras cursadas de los obligados programas académicos que por lo general suelen no dañar a nadie y son muy útiles cuando el objetivo es formar a las nuevas generaciones de docentes de los obligados programas académicos, pero la clave de la formación artística y de artistas, es exactamente todo lo contrario de eso.
El objetivo indispensable en la educación del artista consiste en que éste llegue a mirar y ver como una forma de experiencia estética, para lograr transformar lo ordinario en extraordinario, lo invisible en visible e infinitas veces individual. Se trata de poder embarcarse en algo que no habla con palabras y a su vez genera siempre un lenguaje propio, tanto del artista como del observador.
La catástrofe educativa que nos induce al no-mirar a todos, artistas o no, comienza ya en la infancia, cuando aceptamos sin el menor cuestionamiento que la imagen de una casa tiene techo rojo a dos aguas, una puerta al frente y una ventana al costado o que los árboles consisten en un tronco marrón y una especie de nube verde por encima de la que a veces cuelgan manzanas, aprendiendo a borrar e ignorar nuestro entorno y las incontables posibilidades de la arquitectura, la naturaleza, nuestras pinturitas de grasa y lo más trágico de todo, las ideas que atesora nuestra cabeza.
Pero peor todavía, desconociendo por completo que mirar, es pensar y ver es entender.
Y aquí radica la mayor dificultad del arte, porque en primer lugar, el arte es libertad, algo que todos podemos definir o cuestionar, pero que no sabemos practicar realmente.
El arte es, digamos, la forma más cercana a la libertad, pero no sólo la del artista sino también la libertad de quien mira, lee o escucha su obra.
Los medios de comunicación nos aplastan a diario con una avalancha de imágenes ruidosas, modas y tendencias, que arrastran un montón de gente perdida en ellas y si bien el arte no promete el fin de toda alienación, requiere de tiempo, compromiso, autodeterminación y una mirada más firme y personal para no ser arrastrado por la avalancha.
La llave para esta cerradura está en la educación y la enseñanza, aunque no sólo en la academia.