jueves, 18 de abril de 2013

La comedia del Pensamiento


 
La commedia del pensamiento1

Por Silvio Lang*

A Alain Badiou. 


Muerte y transfiguración del director

Luego del vacío que el mundo le hizo a Dios, de que la política le marcara la
cancha al Estado, de la escabullida femenina al cuento del macho, y de la caída
de careta de las democracias parlamentarias: sin embargo, hay directores. ¿Qué
es un director escénico después de estas catástrofes mundiales? ¿Cuál es su
lugar en las configuraciones escénicas del siglo XXI?

La experiencia de la incertidumbre se ha inscripto en nuestras pulsaciones.
Lo que hace agua es la manía totalizadora. No todo lo que hay en escena
pertenece al escenario. Hay partes de la puesta en escena fuera de programación.
Lo que casi ni cuenta, o tiene una intensidad menor, puede darle un revés a la
situación. Si hay un desfasaje en la ficción preestablecida es factible que suceda
cualquier cosa. Lo “cualquiera”, entonces comienza a ser tomado en
consideración para la puesta en escena.

1 Una primera versión de este texto fue escrita para el 1° Encuentro de Investigadores en Danza y
Performance, organizado por el Grupo de Estudio sobre el Cuerpo de la Universidad Nacional de La Plata, el
7 de diciembre de 2010, bajo el título “El lugar del director y la función de la dirección en la era de la
conectividad”. Luego, otra versión más breve, fue publicada, por primera vez, en Deodoro N°8, gaceta de
cultura y crítica, de la Universidad Nacional de Córdoba, junio 2011, bajo el título “El futuro de los directores
del mundo”. Luego, una segunda versión más corta aún se publicó en la revista Crisis N°5 (Argentina), junio
2011, bajo el título “Los directores futuros”. Esta es una tercera versión de este texto que no cesa de no
escribirse.


El hecho de tener que estar en posición de organizar lo inminente nos
desafía a repensar el “campo de ensayo crítico”2. Los recursos de análisis y
composición de nuestras puestas en escena tendrán que actualizarse y
reformularse cada vez. En cada obra. Una por una. Los recursos usados en la
obra anterior, en la siguiente, probablemente, ya no sean adecuados y haya que
prescindir de ellos o reformularlos.

Sin embargo, hay organización -junturas, duraciones, recurrencias, etc.-y
el pensamiento crítico se hace practicable. Ya no como juicio de valor, sino como
reconocimiento de las condiciones que abren la experiencia a lo que en ella puede
advenir. La puesta en escena es una apuesta del pensamiento que, en su
ignorancia de lo inminente, expone la catástrofe de lo ya sabido. Y es, entonces,
que arriesga nuevas ideas materiales.

La catástrofe aquí hay que entenderla como en el antiguo teatro griego,
tanto para la comedia como para la tragedia, con el signo de un “golpe teatral” del
azar al relato, que cambia el curso de la acción dramática y afirma un desenlace
inesperado. Allí donde no se sabe muy bien qué pasó, se inventa lo que puede
ser. Este trabajo de nombrar el porvenir, el surgimiento de una posibilidad y la
verificación de sus consecuencias, es el ejercicio estético de la invención. La
dirección es una pasión literaria que hace existir la experiencia del surgimiento de
un mundo en el impasse de la escena.

2 Esta es una noción operativa del director y pensador teatral argentino Alberto Ure, Sacate la careta.
Ensayos sobre teatro, política y cultura, Buenos Aires, Ed. Norma, 2003.


Dirigir el azar

Dirigir es hilván-acción de las consecuencias que desenlaza lo que irrumpe
y rasga lo establecido de una escena. Hasta el día de hoy se cree que dirigir es
reproducir un suceso con agonistas y extras que tienen que representarlo una y
otra vez con el costo de liquidar la experiencia; los modos de sentir y pensar que
en ella se arriesgan cada vez. Toda una (anti)política de privar a la escena de sus
(in)surgencias. Pero no, ninguna puesta abolirá jamás el azar. Como tampoco hay
teoría sin alguna incoherencia, ni ficción social que dure, ni verdad existencial que
no se sature y haya que reinventarlas.

Dirigir es asistir la escena en su experiencia: hacerse visible y testimoniar
hechos transformadores. Habría que reducir al mínimo esas maniobras de los
constructivistas puritanos de la escena que hacen que todo siga igual mediante
guiones de acciones compulsivas, marcaciones obsesivas, intencionalidades
perversas, mesas de lecturas depresivas, memorias emotivas anestesiantes y
toda una sarta de artimañas psico-profilácticas de la experiencia, que funcionan
como prótesis de los furores del cuerpo. (A más de un siglo de Artaud estas
pestes se siguen encubando como zombis en las “nuevas dramaturgias”…). O
peor, canallas que maldicen el teatro y parodian a los impedidos del mundo hiperconsumista
que como idiotas sociales restauran.

La experiencia de la escena se la encuentra en aquél elemento que no se
sabe si pertenece o no a ella pero se hace visible: un accidente sin precedentes,
una emoción experimental, un pensamiento fugaz y novísimo, un momento
inesperado y azaroso. En fin, lo que se tilda muchas veces de una equivocación
de los actores. Un sentido que se gesta en lo que irrumpe como un fuera-de



sentido. Donde hay una equivocación existe la posibilidad de una evocación de
otra cosa. Advenimiento que marca la fecha de vencimiento de lo que ya es.

La dirección no se dirige a una situación: apunta al azar de los encuentros
que ponen en peligro la situación. ¿En peligro de qué? De participar de otra
escena. Hacer consistir un mundo allí, en la escena rota, es una labor de
ficcionalización.

La dirección es la intervención decidida de una verdad acaecida. Allí donde
hago consistir un mundo –el sentido abierto de un mundo-compongo una verdad
en escena. “Una verdad se inventa/con suma precisión/ y la labor inmensa de la
imaginación”, canta Juana Molina. ¿Pero qué es aquí una verdad? Es la
intervención del pensamiento ante un hecho –una catástrofe-que cambia la
historia de un mundo.

Pensar la catástrofe

Como el azar existe cualquier pretensión de guión será siempre
inconsistente. Sólo el pensamiento como intervención de una verdad localiza el
aguijón de una catástrofe del azar que fuerza el cambio de un mundo:

El pensamiento palpa el mundo
como un tacto suplente.
O tal vez, titular.
Las cosas se tocan recién cuando se piensan.



Pensar el mundo es alcanzarlo.3

Trabajo hercúleo del pensamiento por una nueva commedia. No un pensamiento
que establezca juicios, sino que considere las posibilidades de cambio que se
juegan en una situación que nos resulta saturante. Para ello, el pensamiento se
vale de condiciones. Son, ni más ni menos, que los materiales y sentidos con los
que trabajaremos para forzar el deseo de otra escena. Hay deseo cuando en una
situación que está saturada para nosotros hay algo que la excede. Allí donde
discernimos ese punto de exceso que no sabemos muy bien qué es, pero que nos
conmociona, habría que escuchar la solicitación a pensar y actuar de una manera
inédita. El exceso nos fuerza a decidir las condiciones para pensarlo

En el teatro, las condiciones podrían ser lo que en la antigua commedia
dell’arte italiana se presentaba como un fondo limitado de figuras -personajes
tipos-y situaciones para que los actores y las actrices improvisen a partir del
encuentro con cada público. En una indagación escénica contemporánea las
condiciones para desatar los efectos de una catástrofe teatral (in)forman usos del
lenguaje (nuevos discursos y sentidos), y usos del cuerpo (nuevas éticas y
afectividades). Es así como las condiciones que establecemos para cada
indagación son informaciones que generan diferencias y hacen posible una
manera singular de hacerse visible y de testimoniar.

La creación de una obra escénica tiene que ver con elegir las condiciones
adecuadas que hacen posible pensar los efectos de determinada experiencia
sensible y transformadora. Las significaciones que se elaboran surgen de

3 Juarroz, Roberto, Poesía vertical (Antología), Buenos Aires, Visor, 2008.


asociaciones inéditas entre las informaciones que movilizan tales condiciones.
Hacer/ver una obra, es un trabajo corporal del pensamiento. De lo que moviliza al
pensamiento. Como mínimo, la fuerza genérica de nombrar una escena que nos
fija e invisibiliza nuestra emoción in(surgente) de un pensamiento es una acción de
sabotaje.

Establecer las condiciones4 será organizarse para hacer efectivo ese
pensamiento novísimo. Sin condiciones de pensamiento no hay manera de
efectivizar el cambio y reinventar la experiencia. El pensamiento no es tanto una
reproducción de saberes sino una irrupción diciente del cuerpo. Hay una
experiencia en el cuerpo, un acontecer que me hace hablar así. Cada cual habla
desde su pasión. Ningún ser hablante puede escindirse totalmente de su núcleo
subjetivo de afectividad. Escindir el pensamiento del propio padecimiento es
institucionalizar la desdicha; higienizar de emoción y significado nuestras palabras
y nuestras historias. Sería una ética puritana que acarrea una política imperialista.

Sin embargo, verbalizar lo que acontece a mi cuerpo implica una violencia y
una apuesta casi extremas. Porque pensar implica romper con los saberes que
uno ni sabe que le obstruyen lo que puede pensar y sentir. ¿Qué es lo que impide
pensar y experimentar afecciones e ideas inéditas? León Rozitchner, el filósofo
argentino, en una entrevista, aún inédita, que le hice hace unos años, me dijo:

Cuando escribís en serio sentís que estas rompiendo un límite en lo

autorizado a ser pensado. Entonces para poder escribir en serio hay que

4 Las condiciones son “los elementos, pero vueltos a nombrar en su tensión, su prescripción, su dificultad”.
Badiou, Alain, Rapsodia por el teatro, Málaga, Ágora, 1994.


atravesar la angustia y sentir un placer nuevo que te lleva más lejos.
Cuando sentís que la inquietud te sobrecoge, entonces te das cuenta que
estás pensando, porque estás contrariando los límites que el lenguaje le ha
impuesto al cuerpo para pensar lo autorizado.

Y sí, uno no sabe lo que realmente puede pensar salvo que escriba o se convierta
en espectador de su propia historia, de lo que hace. Narrar te pone fuera de vos y
te evidencia lo que concretamente estás haciendo y balbuceando. Deja, además,
vía libre a lo que podrías hacer y pensar aún. Inventar una frase que te permita
hacer las cosas de otro modo, que te empuje a un acto de éxodo de las estéticas
derrotistas y melancólicas actuales, y reconquiste tu núcleo afectivo y pensante
expropiado por la ortodoxia es desplegar una economía teatral de la dicha. Es
considerar, a su vez, a la actuación como un testimonio de la experiencia y como
acto de pensamiento. Desde ahí, que me atrevo a renombrar a la práctica
escénica como commedia del pensamiento:

Cuando comencé a pensar
no sospeché que empezaba
a nadar en alta mar5.


Hacer obra

Para los creadores escénicos, nuestra barca es el espacio y el tiempo que
abrimos en los ensayos cada vez y reiteradamente. Desde allí se emprende la

5 Martínez Estrada, Ezequiel, Coplas de ciego y Otras coplas de ciego, Buenos Aires, Sur, 1968.


odisea intelectual de la (re)invención escénica. El ensayo no hace la obra. El
ensayo, más bien, cristaliza las junturas del sistema que sostiene a la obra.
Discernir, acoplar, ordenar informaciones en torno a una zona sensible e
indeterminada de exploración abierta por una catástrofe teatral es la labor del
ensayo. La obra es materia más sutil. Es un punto máximo de experiencia de
significación que acontece en cada cual, tanto artistas como espectadores.

La obra escénica no está en ninguna parte en especial: está repartida en la
subjetividad de los que la hacen/la ven. Lo que hay de tangible en la producción
de una obra es un sistema de condiciones que hace posible que la obra acontezca
en la subjetividad de los cuerpos de los espectadores y los artistas. La obra es un
momento puntual de la experiencia subjetiva de la catástrofe que pone a trabajar
esas condiciones de creación.

Ahora bien, ¿con que condiciones es posible subvertir las escenas
preestablecidas? Y, ¿con qué condiciones, es preciso, circunscribir la zona de
exploración para que algo impensado brote desde allí? En principio, con
condiciones que no garantizan nada. Con ellas, se traza, en la situación de un
mundo escénico, un trayecto de influencia asociado a la catástrofe que desató el
deseo de hacer una obra.

En los ensayos, entre las personas implicadas, habrá “pequeñas”
catástrofes que se las puede asumir como repercusiones de lo que la “gran”
catástrofe hace resonar en cada cual y el colectivo. Asumir las consecuencias de
las unas y la otra es parte de la odisea. Incluso, habrá que forzar, en cada ensayo,
en cada presentación pública, el surgimiento de esa otra escena en la sismografía
–los movimientos interiores-de la escena. Cada (re)iteración desencadena


efectos, desplazamientos tectónicos del pensamiento y la afectividad de los
cuerpos que hay que conectar a la zona de indagación que zanjó la catástrofe. De
ahí que el director se convierta en un militante de lo posible en lo imposible de la
catástrofe.6.

Hablar otra lengua

Pero, ¿cómo desplazar al director del discurso del Amo? Hablando,
ensayando otra lengua. Extrañándose de sí y nombrando el tiempo sensible. El
director no es el garante de la obra ni el oligarca del sentido. No conquista la
escena, no la imagina como utopía; no la concibe como meta. En fin, no apresa la
presa: evoca su fuga y, con ella, la posibilidad de cambio. El director, fuerza el
deseo de otra escena.

La condición de otra lengua en el ámbito de los ensayos y en las
dramaturgias que se proponen ha sido y es para mí una condición urgente -al
menos para mi amor al teatro, para mi militancia. La (re)invención de la lengua no
es patrimonio del director ni del autor. Es la decisión de cualquiera de hablar y
pensar las cosas de otra manera a partir del shock que causa el azar de los
encuentros. La posibilidad de la (re)invención del propio decir te (re)envía a un
acto que (re)escribe tu escena y hace visible otro ahora. Para mí, es una cuestión
impostergable del trabajo escénico que no dista mucho de la novela que cada cual
se hace de su vida y su contexto7.

6 Alain Badiou me ayuda a pensar esto. Como me ha ayudado a repensar y reinventar mi causa teatral.
7 Aunque arrojar otros relatos, otras dramaturgias, a la época implica un pensamiento político que los
teatristas de hoy reniegan.


Dar cuenta de esos (des)encuentros en la escena implica una experiencia
diagonal y vertiginosa. Nombrar el tiempo sensible nos implica en un idiolecto que
se cuece en nuestra lengua materna. Extraer las informaciones que acarrea la
experiencia y desplegar sus efectos nos arroja a nuestra propia antropogénesis aquel
tiempo de infancia en que deglutíamos palabras del contexto como
animales, sin saber sus significados, mediante repeticiones, memorizaciones,
comparaciones, disociaciones. Devenir infantes nos pone en cierta situación de
vulnerabilidad. No sólo por el no-saber que implica, sino porque inventar otra
manera de decir con la lengua materna es, al mismo tiempo, traicionar a la madre.

En esta aventura, el director es como el monstruo ciclópeo de un sólo ojo.
Pero con el ojo herido. Por vigilante, Ulises, le clavó una lanza en su pupila
unívoca. Cíclope, destronado de la “mirada de príncipe”, el director del siglo XXI,
ya no ve la “totalidad” de la escena. Su valor, en todo caso, es su disidencia. La
pupila astillada del director entrevé la escena en una diagonal. Y el actor está
como Ulises frente al Cíclope diciéndole llamarse “Nadie. Mientras tanto, la herida
en el ojo del director, es una apertura por donde el azar se cuela en la escena y la
prepara para los encuentros con los anónimos públicos porvenir. El actor asume
que el director no tiene la respuesta final. Con lo cual, la puesta en escena se
reescribe entre más de uno desde los desechos de la caída de las certidumbres.

Si el director no es el conductivista ni el constructivista de la escena, sino el
que puede esperar su devenir, sostenerlo en su mirada y evocarlo, su decir es un
acto resonante. La pragmática de la dirección es una enunciación sin enunciado:
una palabra suspendida que pide al actor que la prolongue; que asuma su
enunciado artístico como un acto propio; y se haga responsable en ese trenzado


de resonancias y repercusiones. El actor interviene en la dirección decidiendo un
acto que cambia la dramaturgia de un mundo. Mientras, el director balbucea en su
soliloquio: “Me siento herido, doblado, como un gigante sin reino”8.

*Director de teatro.

8 Palabras de la voz de Rudy luego de la muerte de su padre, en la pequeña novela Kadish, de Graciela
Safranchik, Rosario, Bajo la luna nueva, 1993.